12/6/17

La Alegoría de la Caverna

Platón. Un famoso e histórico filósofo griego, fiel seguidor de Sócrates y maestro de Arístoteles. Este hombre, cuya pasión eran la poesía en verso y la política, rebosante de dotes intelectuales y con experiencia en la enseñanza, fue creador de muchas obras que se hicieron muy significativas, y que hasta día de hoy, para aquellos que les interese la psicología, sociología, filosofía y otras ciencias relacionadas con estas, deben saber por lo menos (en mi opinión) una de las más famosas alegorías de la historia de la filosofía, creada por este señor. Esta es la Alegoría de la Caverna.
  Para el que no sepa, alegoría es la representacion literaria o artística de una idea. Le da imagen a algo que no tiene para que sea mejor entendido, como cuando vemos la imagen de un esqueleto con una guadaña, vemos a la muerte; cuando vemos unas manos dejando ir a una paloma, pensamos en la libetad; y cuando vemos a una mujer con los ojos vendados y una balanza en una mano, pensamos en justicia.
Hecha esta salvedad, se puede decir que ésta pretende poner en manifiesto el estado en que se hallan las personas con respecto de la verdad. Explica la teoría de Platón de cómo podemos captar dos mundos que coexisten: el mundo sensible -que percibimos a través de los sentidos- y el mundo inteligible -el cual es formado por nuestra mente-.
 La alegoría es presentada de esta manera:

   «— Ahora –proseguí – represéntate el estado de la naturaleza humana, con relación a la educación y a su ausencia, según el cuadro que te voy a trazar. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su anchura una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna, hombres encadenados desde la infancia, de suerte que no puedan mudar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen enfrente. Detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, supóngase un fuego cuyo resplandor los alumbra, y un camino elevado entre este fuego y los cautivos. Supón a lo largo de este camino un tabique, semejante a la mampara que los titiriteros ponen entre ellos y los espectadores, para exhibir por encima de ella las maravillas que hacen.



— Ya me represento todo eso, dijo.
— Figúrate ahora unas personas que pasan a lo largo del tabique llevando objetos de toda clase, figuras de hombres, de animales de madera o de piedra, de suerte que todo esto sobresale del tabique. Entre los portadores de todas estas cosas, como es natural, unos irán hablando y otros
pasarán sin decir nada.
— ¡Extraños prisioneros y cuadro singular!, dijo.
— Se parecen, sin embargo, a nosotros punto por punto, dije. Por lo pronto, ¿crees que puedan ver otra cosa, de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que el fuego proyecta enfrente de ellos en el fondo de la caverna?
— ¿Cómo habían de poder ver más, dijo, si desde su nacimiento están precisados a tener la cabeza inmóvil?
 — Y respecto de los objetos que pasan detrás de ellos, ¿pueden ver otra cosa que las sombras de los mismos?
— ¿Qué otra cosa, si no?
— Si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar a las sombras que ven los nombres de las cosas mismas?
 — Por fuerza.
—Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco que repitiese las palabras de los transeúntes, ¿se imaginarían oír hablar a otra cosa que a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos?
— ¡No, por Zeus!, exclamó.
—En fin, no creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas sombras de objetos fabricados, dije yo.
— Es forzoso por completo, dijo.
— Mira ahora, proseguí, lo que naturalmente debe suceder a estos hombres, si se les libra de las cadenas y se les cura de su ignorancia. Que se desligue a uno de estos cautivos, que se le fuerce de repente a levantarse, a volver la cabeza, a marchar y mirar del lado de la luz; hará todas estas cosas con un trabajo increíble; la luz le ofenderá a los ojos, y el alucinamiento que habrá de causarle le
impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veía antes. ¿Qué crees que respondería si se le dijese que hasta entonces sólo había visto fantasmas y que ahora tenía delante de su vista objetos más reales y más aproximados a la verdad? Si en seguida se le muestran las cosas a medida que se vayan presentando y a fuerza de preguntas se le obliga a decir lo que son, ¿no se le pondrá en el mayor conflicto y no estará él mismo persuadido de que lo que veía antes era más real que lo que ahora se le muestra?
— Mucho más, dijo.
— Y si se le obligase a mirar la luz misma, ¿no sentiría dolor en los ojos? ¿No volvería la vista para mirar a las sombras, en las que se fija sin esfuerzo? ¿No creería hallar en éstas más distinción y claridad que en todo lo que ahora se le muestra?
— Así es, dijo.
— Si después se le saca de allí a la fuerza y se le lleva por el sendero áspero y escarpado hasta encontrar la claridad del sol, ¿qué suplicio sería para él verse arrastrado de esa manera? ¡Cómo se enfurecería! Y cuando llegara a la luz del sol, deslumbrados sus ojos con tanta claridad, ¿podría ver ninguno de estos numerosos objetos que llamamos seres reales?
— Al pronto no podría, dijo.
 — Necesitaría, indudablemente, algún tiempo para acostumbrarse a ello. Lo que distinguiría más fácilmente sería, primero, sombras; después, las imágenes de los hombres y demás objetos reflejados sobre la superficie de las aguas, y por último, los objetos mismos. Luego, dirigiría su mirada al cielo, al cual podría mirar más fácilmente durante la noche a la luz de la luna y de las estrellas que en pleno día a la luz del sol. Y al fin podría, creo yo, no sólo ver la imagen del sol en las aguas y dondequiera que se refleja, sino fijarse en él y contemplarlo allí donde verdaderamente se encuentra y tal cual es. — Necesariamente, dijo.
— Después de esto, comenzando a razonar, llegaría a concluir que el sol es el que crea las estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible y el que es, en cierta manera, la causa de todo lo que se veía en la caverna.
—Es evidente que llegaría, después de aquéllas, a hacer todas estas reflexiones, dijo.
— Y ¿qué? Si en aquel acto recordaba su primera estancia, la idea que allí se tiene de la sabiduría y a sus compañeros de esclavitud, ¿no se regocijaría de su mudanza y no se compadecería de la desgracia de aquéllos?
 — Efectivamente.
— ¿Crees que envidiaría aun los honores, las alabanzas y las recompensas que allí, supuestamente, se dieran al que más pronto reconociera las sombras a su paso, al que con más seguridad recordara el orden en que marchaban yendo unas delante y detrás de otras o juntas, y que en este concepto fuera el más hábil para adivinar su aparición; o que tendría envidia a los que eran en esta prisión más poderosos y más honrados? ¿No preferiría, como Aquiles en Homero, "trabajar la tierra al servicio de un pobre labrador" y sufrirlo todo antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
— No dudo que estaría dispuesto a sufrir cualquier destino antes que vivir de esa suerte, dijo.
— Fija tu atención en lo que voy a decirte, seguí. Si este hombre volviera de nuevo a su prisión para ocupar su antiguo puesto, al dejar de forma repentina la luz del sol, ¿no se le llenarían los ojos de tinieblas?
— Ciertamente, dijo.
— Y si, cuando no distingue aún nada, antes de que sus ojos hayan recobrado su aptitud, lo que no podría suceder en poco tiempo, tuviese precisión de discutir con los otros prisioneros sobre estas sombras, ¿no daría lugar a que éstos se rieran, diciendo que por haber salido de la caverna se le habían estropeado los ojos, y no añadirían, además, que sería para ellos una locura el intentar semejante ascensión, y que, si alguno intentara desatarlos y hacerlos subir, sería preciso cogerle y matarle?
— Y bien, mi querido Glaucón, dije, ésta es precisamente la imagen que hay que aplicar a lo que se ha dicho antes. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del Sol; en cuanto al cautivo, que sube a la región superior y que la contempla, si lo comparas con el alma que se eleva hasta la esfera inteligible, no errarás, por lo menos, respecto a lo que yo pienso, ya que quieres saberlo. Sabe Dios sólo si es conforme con la verdad. En cuanto a mí, lo que me parece en el asunto es lo que voy a decirte. En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de recto en el universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz y el astro de que ésta procede directamente; que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea el que quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la vida privada.»

 Bueno, obviamente los prisioneros representan a la sociedad, esclava de su inconsciente ignorancia, afincada en falsas creencias. Estos hombres creen sentirse satisfechos y hasta felices en esta ignorancia, pero viven una mentira, tomándola como verdad o real (en esta alegoría, esas son las sombras y ecos). El relato presenta penúltimamente al prisionero conociendo otra realidad, una complejamente más insondable que la primera, compuesta solamente de apariencias sensible. Y finalmente, su tarea es informar a los otros prisioneros. Pero estos están tan inmersos en su realidad, aceptándola como la auténtica verdad, que se muestran tan reacios a cambiar de opinión que se burlan del hipotético mundo que les contaba su compañero y dice que al que intentara desatarlos, si pudieran echarle las manos encima, lo matarían. Si reflexionamos, podemos comparar esta situación con muchos ámbitos en la actualidad, como si en vez de prisioneros, fuéramos la sociedad misma, y en vez de titiriteros, fueran los medios de comunicación. Platón la usó para compararlo con el largo proceso que debe seguir el estudio de un filósofo gobernante, empezando por la caverna de la ignorancia hasta el descubrimiento del mundo del saber.
 Se puede ver esta alegoría en una gran película intepretada por Jim Carrey: The Truman Show. También, para los lectores, queda el libro de Philip K. Dick, Tiempo desarticulado. Bueno, espero que se hayan interesado y que reflexionen sobre esta interesante metáfora que involucra diferentes conceptos como la verdad y el conocimiento y de manera formidable explica su teoría sobre el conocimiento.
 Si encuentran algún error o la explicación es rebuscada, disculpen mi ignorancia, pero todavía no salgo de la caverna...

Ojalá les interese.

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